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Cuatro velocidades a poner de acuerdo

By 27 noviembre, 2017 No Comments

Hay cuatro velocidades distintas, y (casi) nunca se ponen de acuerdo. Si estuviesen de acuerdo, estaríamos en una mejor condición. Aquí voy a tratar de explicar brevemente cuáles son y por qué es tan difícil que estén de acuerdo para que la gente deje de morir en la calle.
La velocidad que más importa es la velocidad de operación. Esta es la velocidad a la que anda un vehículo. Las demás velocidades la afectan, pero en total sinceridad esta es a la que debemos prestar más atención y la que más debemos controlar (con las demás velocidades o con actividades de control, educación y concientización). En resumen: si los vehículos van muy rápido, la gente se va a morir porque es más probable que los atropellen y, cuando suceda, es más probable que mueran.
La velocidad de diseño es también muy importante, casi tan importante como la velocidad de operación. Esto es porque la velocidad de diseño es la que se ve físicamente en las vías (si son anchas, angostas, con dispositivos para frenar los vehículos o no, etc) y la que, al final de cuentas, va a determinar la velocidad de operación. A veces quien conduce no le hace mucho caso a esta velocidad y puede dañar su vehículo, pero en general la velocidad de diseño es una buena forma de reducir las velocidades de operación porque es una característica física que hace difícil (o fácil) que alguien acelere mucho. Por esto, es un factor fundamental al hacer que la gente vaya a una velocidad que sea adecuada a su entorno.
Después vienen dos tipos de velocidad que son casi un saludo a la bandera: una de ellas es la velocidad límite, que se refiere a la velocidad que se ve en las señales de tránsito con un número que poca gente ve (y en realidad, así no haya señal, de todas formas hay una velocidad límite definida por la ley). Aunque se dice que esas son señales preventivas, en realidad funcionan como señales informativas porque la gente se informa y no necesariamente actúa al respecto. Lo más triste de todo esto es que muchas vías en nuestras ciudades tienen una velocidad límite que es mucho menor que la velocidad de diseño. Es decir, la velocidad de operación responde a la velocidad de diseño y pocas veces a la límite, en particular porque esas dos últimas no tienen nada que ver una con la otra.
Y por último, está la velocidad reglamentaria. Esta velocidad es la que dicen las leyes. En el caso de Colombia está la Ley 769 de 2002 (el Código Nacional de Tránsito) y después está la Resolución 1384 de 2010 del Ministerio de Transporte, las cuales indican las velocidades máximas según los tipos de vías, y cada ciudad debe cumplir estas pero puede definir velocidades más bajas. Es decir, cuando el policía de tránsito impone un comparendo por exceso de velocidad, se está refiriendo a las velocidades ya definidas en el Código y la Resolución (y si hay una señal de límite de velocidad, a esa también).
Viene entonces la parte más enredada de explicar y que pocas personas (incluso funcionarios públicos) entienden: la velocidad de operación responde realmente a la velocidad de diseño, pero para algunas «mentes superiores» también sirve la velocidad límite y la reglamentaria. Para no entrar en la psicología de la percepción de la velocidad y enredarles más, sirve decir que la gente anda a la velocidad que el entorno le está diciendo que vaya, y no tanto a lo que le dice la ley si ésta es incoherente con la realidad en que están transitando. Por esto, es difícil que la velocidad reglamentaria que dice el Código de Tránsito o la límite (la que dice la señal) sea la que instruya de manera efectiva a quien conduzca un vehículo. Y el problema es que, en muchísimos casos, el gobierno en general en gran parte cumple con lo reglamentario, a veces indica la velocidad límite, pero muy pocas veces se pone las pilas a definir mejor la velocidad de diseño o presta atención a la velocidad de operación.


Necesitamos que las cuatro velocidades estén de acuerdo, y que quien conduzca en las calles también. Si eso sucede, tendremos unas vías más coherentes y mejores condiciones urbanas – y menos gente muerta por ser atropellados debido a excesos de velocidad. Necesitamos velocidades responsables en Bogotá.

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